Mensaje para mi yo de 1981

Toni, ¿sabes las lentejas de mamá? Sí hombre, las que odias a muerte. Si cuando llegas a casa del cole y preguntas «¿qué hay de comer?», la respuesta es un escueto «comida» ya sabes que las legumbres se ciernen sobre ti, como oscuros nubarrones. Y, ojo, si no te las comes a mediodía, ya sabes lo que hay para cenar… Pues no te lo pierdas: las vas a añorar. Y de mayor, cuando los domingos después de comer con tus padres te lleves contigo los preciados tuppers con lentejas (tuppers son fiambreras, es que en el futuro nos gustan más los extranjerismos que a un tonto un lápiz) te los comerás con los ojos cerrados, que es como se disfrutan las cosas buenas de verdad, (y como se dan los besos de amor verdadero, apúntate esto como truco para saber cuándo llegará la mujer de tu vida. Que siiiiii. Que ahora sólo te interesa leer Mortadelos, ya lo sé, pero llegará el día en que esto será de lo más importante, te lo aseguro). Así que no, no pongas esa cara, te van a encantar las lentejas. Eso es exactamente lo que va a ocurrir.

PD: los coches, en 2017, siguen sin volar.
#MensajeParaElNiñoQueFui

Homenaje al tapiz setentero

Sirva esta foto como homenaje a todos los cuadros de ‘ciertopelo’ :mrgreen: que han habitado (y todavía lo hacen gracias a los dioses) nuestros salones y salitas. A saber:

1) Escenas de caza

2) Escenas campestres con ciervos y/u osos

3) Bodegones

4) Paisajes orientales

5) Y por afinidad:  Dálmatas de Porcelana, muñecas flamencas, estaciones meteorológicas ‘Recuerdo de Mallorca’ y tapetes de ganchillo.

Este querido mural que aún exhibe sus innegables encantos, como el primer día, gracias al material experimental indestructible con que debió ser fabricado (eran los 70), vive ahora un retiro dorado en el comedor de la caseta de aperos mecánicos (instrumentos para cultivar la tierra, o de tortura , si soy yo el encargado de utilizarlos) y humanos (vamos a comer allí los domingos) del huerto de mis padres y lo quiero compartir con el mundo y, de paso, reivindicar su vuelta a TODOS nuestros hogares para solaz de nuestros hijos.

Disfrutadlo como yo lo vengo haciendo desde que tengo uso de razón (¡El pavo gigante, el pavo gigante me come!) 😉

Poniendo la oreja en la cafetería me asaltó la nostalgia, ya ves truz.

Estaba esta mañana en una de las cafeterías con más solera de Priego, tomándome un café con leche (en vaso, por supuesto) y un mollete con jamón serrano y un AOVE prieguense espectacular, cuando a mi lado, una chica de veintitantos años le ha preguntado a la camarera que dónde podía encontrar algún lugar en el que comprar productos típicos de Priego. La barista le ha dado las indicaciones pertinentes, pero se notaba que a la chica que había preguntado le quemaba algo por dentro: «Verá -le ha insistido a la camarera- es que mi abuela era de aquí, y cuando yo era pequeña ella me daba una especie de tubos de chocolate, había de dos tipos, y venían envueltos en papel brillante amarillo y plateado, y quisiera ver si los encuentro». La chica tras la barra sabe enseguida a lo que se refiere (y yo también) : «Lo que buscas es chocolate de bollo…». La clienta duda, no está segura de si será eso lo que ella anda buscando, pero entonces la camarera pronuncia la palabra mágica: «Turrolate». Al escucharla, a la joven se le ha iluminado la cara, (lo sé de primera mano, porque a esas alturas yo ya hacía un rato que había dejado de leer y estaba presenciando la escena abiertamente, sin perder detalle y con la palabra «Turrolate» a punto de salir de mi propia boca si la camarera no la pronunciaba) y no ha podido reprimir la emoción: «¡Sí, sí, eso es, Turrolate!». Automaticamente, una sonrisa bobalicona se ha instalado en mis labios y, caramba, no sé si es que estoy ya llegando a la andropausia, si me falta alguna vitamina, o qué diantres me pasa, pero ha faltado el canto de un duro para que se me saltaran las lágrimas allí mismo. Me ha emocionado, sí, porque al final a todos nos ocurre lo mismo. Cuando eres un crío no eres consciente de las cosas que van a traspasar la barrera de lo anecdótico y te van a acompañar por siempre. Después, al crecer, las vas descubriendo y tratas de recuperar como sea esas sensaciones, de abrir por unos instantes el frasco de las esencias que atesoramos durante la infancia, las más agradecidas y puras, pero también las más efímeras y difíciles de rememorar.
La verdad, a mí el Turrolate no me volvía loco (los barquillos de La Flor de Mayo, sí, esos anulan mi voluntad antes y ahora), de hecho tenía una relación de amor-odio con este dulce típico, otro día os cuento el motivo. Pero el caso  es que después de que la chica se hubiese marchado feliz a reencontrarse con su niña interior, yo mismo he tirado del hilo del Turrolate  para reencontrarme con el mío y me he descubierto añorando a los que ya no están, a mi abuelo Francisco, que me hacía pajaritas de papel, y a mi abuela Francisca, de la que siempre he admirado su espíritu libre, que hacía una tarta de zanahoria para morirse, que era la primera con el «gen adorador de gatos» que abunda en mi familia y que ha heredado mi hijo, y que cuando exclamaba su «¡Arsa Pirili» le alegraba a uno el alma, y me acuerdo de mi abuela Salud, que hacía un Piñonate que para sí quisieran los mindundis chefs estos que abundan ahora por todas partes, que la recuerdo siempre sonriendo y que su espíritu era eminentemente alegre y optimista, a pesar de haber tenido una infancia muy difícil. Yo siempre la he admirado por eso, por luchadora. Y en casa de todos ellos comí yo Turrolate, sí. Por eso, acabas un día buscándolo por el pueblo de tu abuela, a la que echas de menos, y si lo consigues, piensas que te sentirás un poco más cerca de ella, como le pasa la chica de la cafetería.
Bueno, eso es lo me gustaría a mí. Es lo que tiene imaginar lo que le pasa a la gente por la cabeza, extrapolando lo que pasa por la tuya…
Porque igual lo que ha ocurrido en realidad es que a la chica, que estudia para chef moderna, el Turrolate le causó una honda impresión sensorial y gastronómica cuando era niña que no ha podido olvidar y oye, en cuanto ha tenido oportunidad se ha recorrido cientos de kilómetros para saborearlo de nuevo, y añora a su abuela porque, aunque está vivita y coleando ya no viene por Priego ni le trae Turrolate por que se ha echado un novio inglés 25 años más joven, ha roto con la familia y se ha mudado a Bristol. Qué se yo.

Pd: en la foto de arriba el turrolate de toda la vida. Abajo, «gachas de la abuela con chocolate y crema de Turrolate y almendras», postre que después de las señales que había recibido durante el desayuno me vi obligado a pedir para rematar la comida en uno de los restaurantes de Priego. Todo lo que haga falta por destapar  un rato el frasco de las esencias de la infancia…

Yo y mi llama

Este vídeo es tan surrealista que parece mentira que exista. (AVISO: si decidís visionarlo, os vais a pasar el día tarareando la canción y será tan agotador, que esta noche tendréis ganas de arrancaros la cabeza con vuestras propias manos. De nada).

. Todos lo recordaréis y, de hecho, se trata de uno de los vídeos más comentados en las conversaciones que todos los cuarentones, jóvenes maduros,  ebrios de ‘nostalgia’ (y de ron), tenemos cuando nos reunimos, y que suelen terminar cantando ‘Ruy el pequeño Cid’, ‘Sandokan’ o el MEGAHIT eterno, el himno de toda una generación:  ‘Marco, no te vayas mamá, no te vayas de aquí’, a voz en grito, como si haciéndolo, las arrugas alrededor de los ojos y las canas de nuestras sienes, fueran a desaparecer (o a salir huyendo, despavoridas).

. NOTA INFORMATIVA: el mono de Marco, en un caso flagrante de alucinación colectiva lo hemos llamado TODOS los que fuimos niños en aquella época, «AMELIO». ¡Pues no! el ínclito primate se llamaba «AMEDIO» con D… Qué queréis que os diga, a mí me parece mucho más elegante Amelio que Amedio, que parece un nombre de pegamento. pegamento-imedio-4

– ♬  Yo y mi llama, pues llama se llama nos vamos a la clínica dentaaaaal ♬

Margarita! ¡Quítale la correa del perro a la abuela ahora mismo! ¿No ves que se está poniendo azul?

-Es mi llama  mamá, se llama Mari Chari

-¡Que no me entere yo de que has estado esnifando pegamento otra vez, Margarita! Mira que el pegamento es para hacer la torre de palillos para el día del padre y cuando se acabe no te compro más, ¿eh?. 

Volviendo del país de la digresión y el absurdo al vídeo de la llama, quería apuntar que aparecía en el mítico Barrio Sésamo y que cuenta las andanzas de la llama «Mari Chari» y su dueña, la niña cantora «Margarita». La emula de Mecano, que fuerza las rimas de sus canciones absurdas hasta el infinito: «yo y mi llama, pues llama se llama». Margarita, estrújate un poco las meninges mujer, lo tuyo no es redundancia, es vagancia pura, seguro que hay más cosas que riman con llama, que llama. Y lo del pronombre personal delante, Margarita, debes tener contenta a tu profesora de lengua.

CAMISA

¿Y qué rima con llama, Margarita?, dije yo. Pues «llama», señorita, dijo ella, y luego lo repitió mil veces a intervalos regulares, variando el volumen y la intensidad: «Llama, llaaaamaaaa, llama, llama, LLAMA, llama, LLAAAAMAAAA». Y, al principio, yo intenté evadirme pensando en mis próximas vacaciones en «Marina D’Or ¡Qué guay!», pero entonces comencé a escuchar unas voces que me decían: «mata, mata, mata, mata». y cuando me quise dar cuenta, la tenía agarrada por el pescuezo, doctor. 

MargaritaMaría de la Concepción… Sus nombres españoles arcaicos, no hacen juego con sus caras, claramente anglosajonas, pero da igual: ¡La niña va con una llama por la calle y a nadie le extraña! Como para fijarse en naderías… El caso es que la niña Margarita, en un alarde de crueldad sin parangón decide agasajar a su llama con una visita al dentista en el día de su cumpleaños… (Vaya regalazo de cumpleaños ¿Eh, Mari Chari? Tú pensando que Margarita al fin había captado tus indirectas y te iba a llevar a aparearte con una llama macho, que se llame José María o Luis Alberto, pero no, vas otra vez al dentista… ¿No se merece Margarita un escupitajo de los tuyos?

Misterios insondables de mi infancia. Hoy: los monos marinos

Cuando era un crío, estaba obsesionado con los ‘monos marinos’. La publicidad, creo recordar que salía en los tebeos que yo me pasaba todo mi tiempo libre leyendo. Me parecía fascinante que, echando unos polvitos en agua, de la nada, aparecieran seres marinos fantásticos y maravillosos. Se los pedía a mis padres una y otra vez pero nunca accedieron a comprármelos. Y yo no podía comprender el motivo por el cual mis padres podían preferir tener canarios en casa, en lugar de tritones y sirenas que formaran sociedades submarinas ante nuestros ojos, y nos saludasen antes de ir al cole desde sus castillos con torres almenadas, y nos contaran historias de los reinos oceánicos. Por supuesto, era publicidad engañosa, y de haber accedido, me hubiera llevado un chasco mayúsculo. Ahora los críos nacen con los ojos abiertos y no se la das con queso. ¿Monos marinos? Te hacen una búsqueda en internet y en un pispás se informan de todo. Pero las cosas eran muy distintas hace 30 años.

No puedo evitar sentir ternura por mi yo niño, por ser tan inocente. En realidad, lo tritones y sirenas eran unos bichejos llamados Artemias salinas. Originalmente fueron empleados únicamente como alimento para peces, hasta que el científico Harold Von Braunhut decidió lanzarlos al mercado como un tipo extraño de mascota instantánea… que nada tenía que ver con los seres fabulosos que yo imaginaba.

Hola, me llamo artemia, pero mis amigos me llaman TIMO.

Hola, me llamo Artemia, pero mis amigos me llaman TIMO.

No puidor, no puidor…

Un día, mientras esperábamos al ascensor en el portal, mi hijo me suelta a bocajarro:

«¡Papá, papá…CANDEMOR»

Yo, automáticamente, poseído por el espíritu del torpedor de la pradera, empiezo a hacer de Chiquito como si no hubiera mañana:

«NO PUIDOR,NO PUIDOR, JAAAAL, VOY A LLAMAR A LA PERETÉRICA, FISTRO, COBARDER, PECADOL, GROMENAUER… GLUUUUUURRR»

Todo esto dando saltitos, y moviendo mucho las manos, claro.

Cuando termino la performance dando gracias porque ningún vecino me haya visto, compruebo que Diego me está mirando raro, como si en lugar de las didácticas y simpáticas enseñanzas de un padre enrollado, estuviera presenciando el baile de cortejo de un extraterrestre de 400 años supurando pus, y me dice muy serio: «¿Pero qué haces papá?»
«Pues de Chiquito, por lo que has dicho de Candemor, ya sabes», contesto yo, muy digno.

Y entonces, me suelta la bomba:

«¿Chiquito?¿Quién es Chiquito?»

Espacio para el estupor: ……. ¿Ya? Sigamos.

Pues resulta que lo de ‘Candemor’ lo dice mucho como coletilla, uno de los centenares de Youtubers que él sigue y de cuyo nombre no puedo/no quiero acordarme.

Entonces yo, tras aceptar mi culpa (¿cómo puedo no haberle hablado nunca de Chiquito de la Calzada?) me rebelo. Me niego a resignarme a que no conozca al estandarte del humor absurdo de los 90, al tipo del que bebieron genios como los Muchachada Nui, al hombre que inventó decenas de nuevos vocablos. Al excelso creador de la palabra FISTRO, por el amor de Dios. Así que, en cuanto llegamos a casa, abro Youtube, lo siento a mi lado y le pongo los Greatest Hits de Chiquito: el chiste del florero, el del concejal de Cuenca, el de la hormiga… Y yo, venga la risa. Y mi hijo, impertérrito como si estuviera concursando en «No te rías que es peor»… Se produjo entre nosotros un caso de brecha/abismo generacional en toda regla, vamos… Qué mal rato pasé, oye.

Grabadas a fuego

‘A, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, hasta, para, por, según, sin, so, sobre, tras’.

Ahí las tenéis, de carrerilla y declamadas con ritmillo, como me lo enseñaron hace más de 30 años.

A veces no me acuerdo de lo que he cenado la noche anterior, o del día en el que vivo (de lunes a viernes son todos tan parecidos), pero las preposiciones siempre están ahí agazapadas en un rincón de tu mente, aguardando su oportunidad para salir una detrás de otra de tu boca, sin venir a cuento, para recordarte que perteneces a esa generación a la que le tocó memorizar a cholón, y a la que se le quedaron grabadas a fuego este tipo de cosas PARA LOS RESTOS.

La Expo 92, el Concertino molto cantabile de Bacarisse y el tarareador de canciones.

Vayamos por partes. La música a la que hago referencia en el título es la Romanza (andante, molto cantabile) del Concertino para guitarra y orquesta Op.72 de Salvador Bacarisse, y que es en mi humilde opinión, una de las piezas más bonitas y evocadoras que se hayan compuesto nunca.

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Pues este señor, es Bacarisse. Y como tantos otros genios españoles se murió en el exilio, en París, ya se imaginarán ustedes por qué (y si no, lo pueden leer pinchando AQUÍ )

Mi historia con esta música viene de lejos. La primera vez que la escuché tenía 18 años. Aparecían unas notas en el anuncio de promoción de la EXPO 92. Concretamente, en este:

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Escucho la Romanza de Bacarisse y me retrotraigo a aquel verano: el viaje a Sevilla fue el primero que mis amiguetes y yo hicimos solos tan lejos.

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Debajo de la gran esfera se estaba la mar de fresquito (caía agua vaporizada). Haciendo cola en el pabellón de Canadá, Fujitsu o Japón, la cosa era bien distinta. No he pasado más calor, en mi vida.

Estábamos a cientos de km de casa desbordando ilusión y sabiendo tan sólo lo que íbamos a hacer ese mismo dia, todo lo más el siguiente.

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Después de un duro día nos remojábamos los ajados pinreles en esa especie de bañeras, (ahora vacías y decrépitas, han envejecido fatal, no como yo, ejem, ay) . El agua estaba un poco verde a esas horas por el calor y la infusión continuada de pieses sudorosos. Pero nos daba igual, porque éramos jóvenes, fuertes e inmunes a las infecciones y a las bacterias. (Snif, snif… Este año he cogido ya dos gripes)

Mira que la busqué, pero no fue fácil encontrar la dichosa melodía que yo tarareaba compulsivamente… PARA NO OLVIDAR. Que sí, que sí, que así eran las cosas. Ahora tenemos internet, pero antes encontrar una canción, una referencia que habías escuchado fugazmente en la tele, un dato  sobre algún grupo musical con el que solucionar una discusión absurda con tus amigos, no era ni mucho menos una tarea sencilla. Había que hacer cosas como ir y preguntar a la tienda de discos, tal que así (basado en hechos reales):

.

Yo: Hola

Dpta: Hola, dime.

Yo: Mire, quiero el disco de la canción de la Expo.

Dpta: (ceja enarcada, labios apretados, pensamientos en esta línea: «otra-vez-me-tiene-que -tocar-a-mi-el-cliente-especialito-pues -este-lo-va-a-pagar-por-todos») Cántamela.

Yo: Es que es como de orquesta, en todo caso se la silbo…

Dpta: (sonriente). Vale.

Yo: Fiu-fiu-fiu…fiu-fiu-fiu….FiúFIUfiúFiÚUUUUU…

Dpta: (satisfecha) No , esa no se cual es.

Yo: Vaya…Pues gracias y adios.

Dpta: Espera , tengo una lista…

Yo: (maldigo a toda su familia viva, muerta y a las generaciones venideras). A ver…

Dpta: Sí, aquí está, Bacarisse…Uy, es de Deustche Gramophon…Son 2999 pesetas.

Yo: Por el amor de Dios, qué caro. Venga va. Suerte tiene de que, aunque tenga poco más de 20 años ya sea un abuelo cebolleta en lo que a ponerse nostálgico toca. Eso sí, envuélvamelo con un papel brillante y bonito, que este va es mi regalo de cumpleaños hasta 1998.

Lo cierto es que la elucubración anterior es muy real. Una vez fui a Discos Ritmo, una de las tiendas de discos de Castellón (que por cierto aún sigue abierta aunque reconvertida en una especie de bazar) a preguntar por la canción de un anuncio y la señora se sacó de debajo del mostrador tres o cuatro folios donde tenía apuntadas todas las canciones que salían en los distintos spots. Tu ibas y le decias: «la de las natillas Danone» y ella te decia: «Esa es de Gary Cole, son 1800 ptas»….¿La prehistoria, verdad? Pues no hace tanto de esto. no… De hecho, deberíamos probar a ir ahora a El Corte Inglés y hacer algo así:

.

Resultado de imagen de hacerse el loco

—Fiuuuu Fiuuuu Lalalalalala… Fiuuu nanana.. mmmmm…¿Sabe ya cuál es la canción, señorita?…ñoñoñoñoñ…mmmmm….Lalalalalilolá

— Eh…Sí, Sí… La tengo en la punta de la lengua…(Paco, llama a seguridad, ha vuelto la zumbada que no tiene internet y nos pide las canciones como en el Pleistoceno)

En fin, resumiendo: que pasó bastante tiempo, antes de que, por casualidad, como suelen ocurrir estas cosas, diese con la canción y su autor. Quizás tenía que sera así. Tengo la particular y pintoresca teoría de que los libros y la música salen a tu encuentro. En tu camino vital acabas tropezando con libros y música que lees o escuchas cuando más lo necesitas. En el momento preciso. Me ha pasado ya varias veces que tengo un libro muerto de risa en la estantería durante años y un día como otro cualquiera reparo en el, y lo leo preguntándome cómo es posible que lo hubiera ignorado tanto tiempo. Simplemente no había llegado su momento.

Llegados a este punto algunos habréis abandonado la lectura. Otros pensaréis que después de la parrafada esta que os acabo de soltar sobre libros que salen en tu busca cual vampiros en la noche en busca de rechonchas y lozanas vírgenes, de un momento a otro os tratare de convencer para que os hagáis de mi secta y me déis todos vuestros ahorros, pero no, lo que viene a continuacion (por fin) es el tema de Bacarisse. Poned en marcha los altavoces y disfrutad. Cuando llega al 1,27 minutos pega un subidón que pone los pelos de punta. Que lo disfrutéis. 😉

 

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Viernes dando la nota

El Viernes dando la nota es un carnaval de blogs en el que todos los blogueros participantes dejamos una canción y entre todos hacemos del viernes un día lleno de música.

Si quieres participar, sólo tienes que publicar en tu blog una entrada con una o varias canciones que te gusten, que signifiquen algo especial para ti, que quieras que descubramos, que no puedas quitarte de la cabeza… y enlazarlo al Viernes dando la nota. ¡Tienes tooooooda la semana hasta el siguiente VDLN!

Recuerda viejas canciones, rememora momentos, conoce nuevos artistas, y sobre todo, ¡baila, canta y diviértete!

Si quieres saber más, conocer las reglas, y cómo participar puedes verlo todo aquí.

Cantando con los auriculares puestos, todos somos Plácido Domingo. Pero no.

A veces, cuando tengo los auriculares puestos me crezco, y canto, sí, canto como Joselito aunque, en lugar de un pequeño ruiseñor de las cumbres, tenga más bien la pinta de un pequeño pterodáctilo del jurásico, las cosas como son. Que canto, decía, y con la vibración eléctrica de mis cuerdas vocales, con mi chorro de voz pristina, argentina y cristalina deleito a transeuntes, automovilistas y señoras/señores que van al Súper a comprar el surtido diario de aceite de Palma, porque habitualmente efectuo mis artísticas performances mientras hago ejercicio por la calle, vestido de colores fosforescentes que no combinan en absoluto porque me pongo lo primero que pillo, y muy, muy sudado, porque yo en cuanto muevo un poco mi cuerpo serrano, sudo a chorros, sí, tenéis razón, quizá podría haber obviado estos dos últimos datos. Y soy, además de un portento de la naturaleza, un ecléctico, que lo mismo te canta el Nessum Dorma, que temas más contemporáneos como este que ponen a todas horas del «Déjame traspasar tus zonas de peligro hasta provocar tus gritos y que olvides tu apellido» (que viene siendo un ¿te has depilao, Maruja? Pues ven acá p’acá que te voy a poner mirando a Cuenca y vamos a hacer el 50 sombras de López right now), «El Pepinaso» de Los Payasos de la Tele featuring Leticia Sabater o la de «Súbeme la radio y traeme el alcohol que quita el dolor» (que digo yo que podría ir él a hacer ambas cosas en lugar de andar rascándose la huevada en el sofá). Y la verdad es que teniendo tanto talento como tengo, que la gente decida cambiarse de acera en lugar de hacerme los coros o incluso salir de sus coches para hacer una coreografía grupal que sin conocerse de nada, todos ejecutan a la perfección como en Fama o en La La Land (me fascina esa coordinación conjunta. Yo he intentado ser la chispa que prende la llama del baile colectivo y sincronizado, levantándome a bailar el primero y lo único que he conseguido es que me echen de la biblioteca, de dos cafeterías y de la Iglesia de mi barrio y llamadas en masa al 112 «porque a un tipo le está dando un chungo»), pues todo esto debería haberme dado alguna pista sobre mis facultades musicales. Pero no, siempre he preferido vivir en la ignorancia, hasta hace un rato.

Iba hoy caminando con mi Santa, por la Vía Verde de Oropesa del Mar, cuando en mi Playlist de Spotify «Retorno al Pasado» han empezado a sonar los ¡UH! y las primeras notas de Eloise, en la versión que Tino Casal hizo del tema que Barry Ryan popularizó en el 68 y que es uno de esos raros casos en los que una versión trasciende más que el original.

-Pero hijo ¿qué haces maltratando así el organillo Casio que te regalaron tus tíos los que nos odian, para la comunión? Han venido los vecinos a quejarse.

-Mamá déjame tranquilo, déjame vivir, estoy aprendiendo a tocar el sintetizador por mi cuenta, con el método aporreador de los góticos moreno y rubio del video de Eloise.

-¿Y eso incluye aporrearlo con la tapa de la cacerola en la cabeza, al camisón de la abuela y la boa de plumas? ¿No te dije que no sacaras la boa de plumas del cajón prohibido de papá y mamá?

-Chi. Quiero el virtusismo de los góticos tenebrosos aporreadores, y el look del de la guitarra. Lo quiero todo.

-(Ojalá nos hubieramos comprado una pareja de agapornis como quería tu padre… )

-¿Qué?

-Nada, nada…

Recuerdo perfectamente la primera vez que escuché esta canción: estaba yo en el sofá de mi casa repantingado como Enriquito Iglesias cuando le pide a sus compis que le suban la radio y le traigan el alcohol «que quita el dolor», (que soy yo y le pongo la emisora del Losantos y le llevo el Betadine, menudos huevos tiene: ¡ve tú hombre!¡Muévete un poco!), y la pusieron en los 40 Principales. Debía tener yo unos 14 años y recuerdo que pensé «¿Pero qué magia maravillosa y sorprendente es esta?»…

Pero eso fue hace 30 años y podía permitirme estar repantingado en el sofá. Ahora tengo que salir a quemar la megalorza que se ha instalado alrededor de mi cintura, y en ello estaba insisto, (es que con tanta divagación alguien igual se ha perdido) hoy, por la Vía Verde, con mi mujer, y varias docenas de desconocidos, y con los auriculares puestos, cuando ha sonado el tema del gran Tino Casal. Pues oye, cuando me he querido dar cuenta estaba cantando 🎵ELOIIIIIIIISEEEEEEEEE DOLOR EN TUS CARIIIICIIAAAAAAAS🎵 en falsete y en unas frecuencias de espectro hiperagudo en la escala cuántico-absurdi, que debían estar interfiriendo en las comunicaciones por teléfono móvil y volviendo locos a los perros de media provincia. Mi mujer me ha mirado y no ha hecho falta que diga nada. Su ojos han hablado por ella. Y creedme no me estaban diciendo «qué suerte tengo de haberme casado con un profesional de la canción, todos nos miran de pura envidia» u «OTRA, OTRA» o «QUE LA REPITA, QUE LA REPITA». NO. Estaba diciendo pareces un mono aullador. Pero yo, como la conozco pues he seguido cantando porque sé que lo hace para que mejore. Para que crezca como persona. Aunque esa mirada… Hum, esa no se la había visto nunca.


VIERNES DANDO LA NOTA

El Viernes dando la nota es un carnaval de blogs en el que todos los blogueros participantes dejamos una canción y entre todos hacemos del viernes un día lleno de música.

Si quieres participar, sólo tienes que publicar en tu blog una entrada con una o varias canciones que te gusten, que signifiquen algo especial para ti, que quieras que descubramos, que no puedas quitarte de la cabeza… y enlazarlo al Viernes dando la nota. ¡Tienes tooooooda la semana hasta el siguiente VDLN!

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Para ver los blogs que participan esta semana, pincha en el botón de la rana azul. 😉

Los columpios: esas máquinas infernales

A mí, de pequeño había cosas que me alucinaban. Cuando movido por un impulso superior a mis fuerzas, cogía las agujas de hacer punto para hacer peleas de espadas con mi hermana, ráuda y veloz acudía mi madre a quitárnoslas vociferando por el pasillo: «¡Os vais a sacar un ojo!».

Y luego, sin embargo, nos dejaban jugar en los columpios.

Los columpios de antaño eran divertidísimos, pero tenían una pequeña pega: estaban diseñados para provocar dolor. En mi época los parques infantiles solían estar compuestos de:

1) La barra de bomberos

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PROS:
-En invierno bajabas rapidito, por la ropa. Esa misma ropa paraba bastante bien los golpes resultantes de despeñarse desde todo lo alto.

-Ni cera fría, ni caliente, ni láser ni ná…Tu te tiras por ahí sin camiseta y los pelos a tomar gárgaras…Abstenganse de probar las señoras para eliminar el bigote o igual no pueden volver a sorber la sopa al dejarse el labio superior en la barra de marras.

CONTRAS:
-En verano te dejabas la piel de los brazos y las piernas.

-Caerte desde lo alto y causarte politraumatismos al caer sobre los hierros retorcidos de la base.

-Que te caiga encima el niño impaciente y ansioso que hay en todo parque infantil de antes, de ahora y de siempre, cuando aún no te había dado tiempo a saltar.

-Ponerte nervioso y tirarte sin agarrarte a la barra.

-Arrepentirte al llegar arriba y llorar llamando a tu mamá delante de todo el parque. Hay niños a los que esto les ha costado años de terapia en su edad adulta.

2) El cubo
No hay foto, pero seguro que os acordáis, eran barras horizontales y verticales cruzadas. Una especie de castillo minimalista.

PROS: parecía un laberinto. Estímulo de la percepción espacial.

CONTRAS: como te cayeras en la parte de dentro tu madre tenía que hacer contorsionismos para sacarte de ahí.

RE-CONTRAS: si tu madre medía más de 1,45 y pesaba más de 40 kg, era imposible que fuera a socorrerte.Fue la primera prisión de algunos futuros delincuentes.

3) El semicírculo

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Un semicírculo en el que te solías colgar de las piernas. Siempre había algun gracioso que te soltaba los pies.

PROS: si buscabas herídas de guerra era lo más rápido y efectivo. Podías conseguir bonitas cicatrices en un plis-plas.

CONTRAS:

-Ver PROS

-¿Observáis el lecho de rosas que aguarda al temerario o torpe que cae del instrumento de tortura éste? Os contaré un secreto a voces…Si os acercáis lo suficiente podréis observar una plaquita que pone: ‘Columpio patrocinado por el geremio de dentistas de España’

4) El tobogán

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PROS:

-Versatilidad: puedes subir por la rampa, bajar a lo convencional…

CONTRAS:
-De hierro: te achicharrabas el culo. De madera: tenías que hacer tu todo el trabajo.

-Caerte de las escaleras hacias el suelo, ‘usease’ donde no hay rampa.

-Tirarte de cabeza, y dejarte la ídem al final.

-Tirarte sin avisar y llevarte dos o tres niños por delante de los que subían por la rampa ( siempre había alguno), o algún ‘niño observador’ ( ver apartado ‘columpios’).

-Intentar hacer una clavada al caer de la rampa, tropezar y caerte provocando la hilaridad de todos los niños abusones y sus madres.

-Que el tobogán no tenga pasada la ITV.

DRAMATIZACIÓN:

Nene: Mamá , mamá se me ha enganchado la pierna con los clavos oxidados del tobogán y tengo una brecha en los glúteos que se me ve el coxis…¿crees que deberíamos ir al servicio de urgencias?

Madre: hay que ver que redicho y que pedante eres hijo mío, eso con una tirita y un poco de ‘micromina’ se te pasa

5) Los columpios

(los balancines, porque en realidad a todo le llamábamos columpios).

PROS: El aire en la cara, el cosquilleo en el estómago. Subir cada vez más alto.

CONTRAS:
-Esperar la vez. Había un subgénero de niños cansinos que nunca tenían suficiente. Menos mal que eran neutralizados por otro subgénero de niños cansinos que, apalancados en la estructura del columpio, no paraban de preguntar: ¿Acabas ya?¿Acabas yas?¿Acabas ya? Yo he visto verdaderas batallas entre clanes de cansinos, que ríete tú de las luchas de poder entre Ñetas y Latin Kings por el banco del parque de su barrio.

-Los niños observadores. En el parque al que yo solía ir siempre había niños merodeando alrededor de los columpios, observando no se sabe bien qué: una piedra, una mota de polvo, seres imaginarios… Debias tener mucho cuidado porque los niños observadores sentían una fijación enfermiza por cruzarse por delante de los columpios así que sólo era cuestión de tiempo que te llevaras a alguno por delante o por detrás.

-Los temerarios. Se trata de niños-fakir a los que el dolor parecía provocarles placer. Niños que se dedicaban a experimentar con el umbral de resistencia de sus huesos. Y, si no te apartabas a tiempo, con el de los tuyos también. Son el depredador natural de los ‘niños merodeadores’ y de las ‘ancianas despistadas alimentadoras de palomas’.

Y el caso es que todo lo negativo me daba igual. De pequeño -y,ejem, de mayor también- a mi me encantaba ir a los columpios. En mi ciudad los que triunfaban eran los que estaban en el Paseo Ribalta, un parque lleno de palomas. Creo que todos los niños de mi generación tenemos una foto con palomas, por lo general fotos en ‘tomate color’ con los rojos muy subidos. Cuando comenzaron a abrir centros comerciales, se acabo lo ir los sábados al parque y ahora los niños se hacen fotos en la puerta del Raqueful.

Otro parque que triunfaba bastante en Castellón es aquel cuyas fotos ilustran este despropósito de escrito fruto de que, en lugar de ver ‘el parte’, como han hecho los hombres de mi familia durante generaciones, ahora en mi casa, a la hora de la cena se ve Gumball, que me encanta, pero que una vez he visto el mismo episodio 7 trillones de veces, pues cansa un poco, la verdad, y en su lugar, pues me he puesto a escribir. Bueno, pues el parque, en el momento de hacer las instantáneas seguía igual que hace 30 años. Los mismos columpios, las mismas rocas abre-cabezas, pero con una diferencia: las dos o tres veces que me he dejado caer por allí últimamente no había nadie. El sitio estaba prácticamente abandonado. Por que los niños son como Atila, por donde pasan no crece la hierba y aqui ya veis, hay hierba por todas partes. Y es bastante triste, la verdad.

ACTUALIZACIÓN: he vuelto por allí y ahora los columpios son fashion stile, todos de metacrilato, madera y aluminio y ya no recuerdan a los clásicos sino que son híbridos columpio-tobogán-plataforma-obra conceptual con unas palancas para accionar y unos diseños extraños que recuerdan a una nave espacial o a un churro. Y es muy difícil que te puedas romper nada porque ahora en los parques del siglo XXI ponen suelos mulliditos.

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DRAMATIZACIÓN 2:

Nene:¡Mamá cómo molan los columpios nuevos!

Mamá: Lo sé hijo, nos ha costado encontrarlos, pero ha merecido la pena.

Vigilante del Guggenheim: Disculpe señora…¿Podría bajar al nene de la obra ‘Minerva se toma una horchata’, si es tan amable?

De todos modos, la nostalgia es puñetera y en este caso concreto deberíamos dejarla en evidencia. En mi infancia los parques infantiles se podían contar con los dedos de una mano. Y solían tener todos un cartelito en el que se leía ‘Prohibido subir a los columpios a los mayores de 10 años’. Ya ves, si fueran 10 años de ahora… Pero entonces a los 10 años seguías siendo un crío (yo estuve viendo Barrio Sésamo hasta los 13 años, lo juro), y el cartelito de marras te hacía sentir un delincuente ya desde tu más tierna infancia.

Ahora, hay pequeños parques (aunque creo que ahora los llaman ‘Áreas de integración infantil’) por todas partes…En las plazas, en cualquier rincon, incluso dentro de las propias fincas… Eso sí, todos al sol, que también tiene guasa, pero haberlos haylos.